Ochenta y tres años tenía cuando murió, y todavía lloraba a su esposa, muerta hace ya cuarenta años. Amores que no se repiten.
Con alegría se levantaba por las mañanas cuando había soñado la noche anterior con su esposa. Le había procreado nueve hijos, y de repente una mortal enfermedad acabó con su vida, dejándolo con la responsabilidad de criar toda la prole de manera responsable.
Hombre humilde. Tenía que trabajar arduamente para darle lo necesario a sus hijos. Los útiles escolares llegaban poco a poco: esta semana para uno, la otra semana para el otro, y así sucesivamente.
No volvió a casarse. Quizá ninguna mujer quiso hacerse cargo de una familia tan grande. O quizá no quiso darle a sus hijos una madrastra que los maltratara. Sólo él lo supo. Amores que no se repiten.
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